Nº 1
TODAVÍA JUAN,..........todavìa
(Los curas de la villa, los curas del tercer mundo, los chicos de la villa, las maestras villeras,la polenta, el arroz, las ranas del arroyo,los pajaritos y la gomera....no habìa piqueteros, tampoco habìa cartoneros.
Desde siempre había los pobres.
Desde siempre los excluidos en este país de excluidos). Eran otros tiempos y era otra la escuela.
También eran otras las maestras y también eran otros los alumnos Los alumnos de aquélla época ,si, los alumnos de aquélla época , eran alumnos que esperaban a la “seño” en la esquina de la escuela. Y la acompañaban a la “seño” que llegaba cansada de caminar las veinte cuadras desde la parada del colectivo. Porque el colectivo no llegaba hasta la escuela. Las “seño” de aquélla época viajaban a “dedo”.
Nadie pensaba mal entonces.
Las maestras usaban el “dedo” para viajar hasta esos destinos que el Consejo Escolar entregaba dobladito en forma de cucurucho.
O iban en bicicletas,pedalendo y pedaleando. Pasaban la Monteverde y seguían pedaleando.
O si había suerte ,el Citroên, patito feo le decían. Y allí estaban,.
Algunos con zapatillas, otros sin guardapolvos, todos con los mocos colgándoles de las narices que el frío del invierno empujaba hasta la boca. Y los cachetes colorados, casi violeta los cachetes.
Cuando la piel de los alumnos es como el color de la tierra, los cachetes se ponen violetas no colorados. Y habìa turno “intermedio”.
Si, tres turnos de tres horas cada uno.
Una hora menos de clase.
Pero, bueno, solo para los de la villa, los de las escuelas de chapa y ladrillos carcomidos.
Las maestras de aquélla època, eran maestras villeras, como los chicos de las escuelas, como las porteras de las escuelas, como los curas que trabajaban con las maestras de la Villa.
Curas del tercer mundo, asì les decían entonces.
Vivían con los villeros, trabajaban con las maestras villeras.
Decían que Dios estaba sentado entre los villeros.
Que también sufrìa el frío y que comía polenta. Las maestras de la villa...siempre había transporte para las maestras villeras.
El carrito del verdulero , el camión del camionero...siempre había, siempre se llegaba a la escuela. Y las aulas sin ventanas que dejaban entrar al frío como si nada.
Y la costumbre de sentarnos bien pegaditos, uno juntito al otro.
Si, para darnos calor.
Calor con nuestros cuerpos para disimular la pobreza o para burlar al frío. Pero había otro calor que nos encendía el alma.
Y salìa de la cocina pequeña donde las porteras con el delantal de porteras preparaban el mate cocido.
Calentito, humeante, que nos acercaban al aula en la jarra y en vasitos de plásticos.
Los vasitos que luego se amontonaban en pila en la mesa de madera. Y entonces aparecía Juan.
En realidad aparecía primero la bolsa con los ositos y detrás de la bolsa de plástico aparecía Juan.
Se tapaba la cara con la bolsa , para hacerse el gracioso o para llamar la atención.
No sè, siempre me rìo cuando viene a mi memoria ese recuerdo . Los ojos de Juan, negros, muy negros los ojos de Juan.
Vamos Juan, vamos que ya es tarde.
Esa era yo, intentado incluirlo en la clase del dìa o del mediodía, todo un lío eso de los tres turnos. Y Juan entonces, daba una vuelta (como las calesitas)y se desparramaba con ruido sobre la silla. Llegaba siempre tarde,siempre quince minutos tarde.
Juan, otra vez llegaste tarde. Mi voz recordándole a Juan el horario de clase.
Ya sabe “seño”, la voz de Juan recordándome el motivo de su llegada tarde. ¿Y ahora que pasó Juan? Y Juan como sobrándome desde su niñez-adulta me miraba . Menos pregunta Dios y perdona, ...”seño”.
Y entonces a su contestación le respondìa mi silencio.¿Cómo contestar a la niñez atropellada?
¿Cómo contestar a un chico que llegaba de trabajar para cumplir con la escuela?
Por el salario seño, por el salario vengo a la escuela.
Tomaba el lápiz y con rapidez multiplicaba la cantidad de hermanos por el valor del salario escolar. Si. Juan trabajaba para ayudar a su madre y a su padre y a su casa y a sus hermanos.
Juan vendía ositos de peluche en la calle. Póngame el presente “seño”.
Me ordenaba Juan.
Y yo le ponía presente y él se ponía contento.
Once años tenía Juan , tan sólo once años.
Y se sentaba justo frente a mi escritorio.
Primero los cuadernos y la lapicera sobre su banco.,luego la bolsa con los ositos sobre mi escritorio. Están cansados “seño”, yo tambièn estoy cansado. A veces contento, a veces triste.
Dependìa su tristeza o su alegrìa de las ventas callejeras. Ositos celestes con ojitos de vidrio rosado. Ositos rosados con ojitos de vidrio celeste. Para las nenas o para los nenes(la explicación de Juan , siempre la misma a la misma pregunta). Juan sabía de cazar ranas en el arroyo y pajaritos en los árboles cercanos a la escuela. Sabía de guisos y de polentas con ranas y con pajaritos .
A la noche tomamos caldo y a la mañana mate cocido con pan de ayer(asì llamaba Juan al pan duro).
La dieta de Juan(enriquecida con el mate cocido de la escuela) y con las naranjas que siempre traía el cura de la villa.
Ahí vienen las naranjas, gritaban los chicos de la escuela y aparecía el cura con la bolsa de naranjas.
Descargaba su preciada carga y se iba. Juan quedó para siempre en mi recuerdo.
Su piel como el color del lodo que se nos pegaba en las botas de goma cuando, después de la lluvia llegar a la escuela significaba hundirnos en el barro y sentir las piernas pesadas, muy pesadas.
Costaba caminar, si, costaba mucho. Juan tenía el cabello lacio y negro, muy negro era el cabello de Juan . Y tenía ojos negros y muy tristes. Siempre recuerdo los ojos tristes de Juan Juan no faltó nunca a clase mientras yo fui su maestra de cuarto grado. Otros destinos de maestra suplente me alejaron de la villa y de la escuelita de chapas(màs adelante conocerìa otras villas y otras escuelas de chapas y ladrillos carcomidos). Otros caminos me llevaron con el paso de los años a recorrer una tarde de diciembre las calles de Lomas de Zamora. Mi panza de ocho meses me arrastraba por Laprida( una peatonal que a esa hora de la tarde era semejante a una hoguera). Seño, seño, seño....No tuve tiempo de dar vuelta mi cabeza en dirección de la voz que me llamaba “seño”. No tuve tiempo .
Dos brazos me rodearon los hombros.
Soy yo “seño”, soy yo. Yo ,Juan¿Se acuerda de mi? ¿Cómo no acordarme de Juan, de sus ositos, de sus ojos y de su piel color de barro? Me puso un osito de peluche color rosa entre mis manos.
Tome “seño”, para la nena. Acuérdese, va a tener una nena Todavía lo recuerdo con los mocos y los cachetes violetas por el frío del invierno. Todavía lo recuerdo, abrazándome con sus brazos , con ternura, con ese sentimiento de la cosa compartida. Todavía lo recuerdo en el osito de peluche rosa que me sigue mirando (después de casi 30 años )a través de sus ojitos de vidrio color celeste. Todavía Juan, todavía......
Desde siempre había los pobres.
Desde siempre los excluidos en este país de excluidos). Eran otros tiempos y era otra la escuela.
También eran otras las maestras y también eran otros los alumnos Los alumnos de aquélla época ,si, los alumnos de aquélla época , eran alumnos que esperaban a la “seño” en la esquina de la escuela. Y la acompañaban a la “seño” que llegaba cansada de caminar las veinte cuadras desde la parada del colectivo. Porque el colectivo no llegaba hasta la escuela. Las “seño” de aquélla época viajaban a “dedo”.
Nadie pensaba mal entonces.
Las maestras usaban el “dedo” para viajar hasta esos destinos que el Consejo Escolar entregaba dobladito en forma de cucurucho.
O iban en bicicletas,pedalendo y pedaleando. Pasaban la Monteverde y seguían pedaleando.
O si había suerte ,el Citroên, patito feo le decían. Y allí estaban,.
Algunos con zapatillas, otros sin guardapolvos, todos con los mocos colgándoles de las narices que el frío del invierno empujaba hasta la boca. Y los cachetes colorados, casi violeta los cachetes.
Cuando la piel de los alumnos es como el color de la tierra, los cachetes se ponen violetas no colorados. Y habìa turno “intermedio”.
Si, tres turnos de tres horas cada uno.
Una hora menos de clase.
Pero, bueno, solo para los de la villa, los de las escuelas de chapa y ladrillos carcomidos.
Las maestras de aquélla època, eran maestras villeras, como los chicos de las escuelas, como las porteras de las escuelas, como los curas que trabajaban con las maestras de la Villa.
Curas del tercer mundo, asì les decían entonces.
Vivían con los villeros, trabajaban con las maestras villeras.
Decían que Dios estaba sentado entre los villeros.
Que también sufrìa el frío y que comía polenta. Las maestras de la villa...siempre había transporte para las maestras villeras.
El carrito del verdulero , el camión del camionero...siempre había, siempre se llegaba a la escuela. Y las aulas sin ventanas que dejaban entrar al frío como si nada.
Y la costumbre de sentarnos bien pegaditos, uno juntito al otro.
Si, para darnos calor.
Calor con nuestros cuerpos para disimular la pobreza o para burlar al frío. Pero había otro calor que nos encendía el alma.
Y salìa de la cocina pequeña donde las porteras con el delantal de porteras preparaban el mate cocido.
Calentito, humeante, que nos acercaban al aula en la jarra y en vasitos de plásticos.
Los vasitos que luego se amontonaban en pila en la mesa de madera. Y entonces aparecía Juan.
En realidad aparecía primero la bolsa con los ositos y detrás de la bolsa de plástico aparecía Juan.
Se tapaba la cara con la bolsa , para hacerse el gracioso o para llamar la atención.
No sè, siempre me rìo cuando viene a mi memoria ese recuerdo . Los ojos de Juan, negros, muy negros los ojos de Juan.
Vamos Juan, vamos que ya es tarde.
Esa era yo, intentado incluirlo en la clase del dìa o del mediodía, todo un lío eso de los tres turnos. Y Juan entonces, daba una vuelta (como las calesitas)y se desparramaba con ruido sobre la silla. Llegaba siempre tarde,siempre quince minutos tarde.
Juan, otra vez llegaste tarde. Mi voz recordándole a Juan el horario de clase.
Ya sabe “seño”, la voz de Juan recordándome el motivo de su llegada tarde. ¿Y ahora que pasó Juan? Y Juan como sobrándome desde su niñez-adulta me miraba . Menos pregunta Dios y perdona, ...”seño”.
Y entonces a su contestación le respondìa mi silencio.¿Cómo contestar a la niñez atropellada?
¿Cómo contestar a un chico que llegaba de trabajar para cumplir con la escuela?
Por el salario seño, por el salario vengo a la escuela.
Tomaba el lápiz y con rapidez multiplicaba la cantidad de hermanos por el valor del salario escolar. Si. Juan trabajaba para ayudar a su madre y a su padre y a su casa y a sus hermanos.
Juan vendía ositos de peluche en la calle. Póngame el presente “seño”.
Me ordenaba Juan.
Y yo le ponía presente y él se ponía contento.
Once años tenía Juan , tan sólo once años.
Y se sentaba justo frente a mi escritorio.
Primero los cuadernos y la lapicera sobre su banco.,luego la bolsa con los ositos sobre mi escritorio. Están cansados “seño”, yo tambièn estoy cansado. A veces contento, a veces triste.
Dependìa su tristeza o su alegrìa de las ventas callejeras. Ositos celestes con ojitos de vidrio rosado. Ositos rosados con ojitos de vidrio celeste. Para las nenas o para los nenes(la explicación de Juan , siempre la misma a la misma pregunta). Juan sabía de cazar ranas en el arroyo y pajaritos en los árboles cercanos a la escuela. Sabía de guisos y de polentas con ranas y con pajaritos .
A la noche tomamos caldo y a la mañana mate cocido con pan de ayer(asì llamaba Juan al pan duro).
La dieta de Juan(enriquecida con el mate cocido de la escuela) y con las naranjas que siempre traía el cura de la villa.
Ahí vienen las naranjas, gritaban los chicos de la escuela y aparecía el cura con la bolsa de naranjas.
Descargaba su preciada carga y se iba. Juan quedó para siempre en mi recuerdo.
Su piel como el color del lodo que se nos pegaba en las botas de goma cuando, después de la lluvia llegar a la escuela significaba hundirnos en el barro y sentir las piernas pesadas, muy pesadas.
Costaba caminar, si, costaba mucho. Juan tenía el cabello lacio y negro, muy negro era el cabello de Juan . Y tenía ojos negros y muy tristes. Siempre recuerdo los ojos tristes de Juan Juan no faltó nunca a clase mientras yo fui su maestra de cuarto grado. Otros destinos de maestra suplente me alejaron de la villa y de la escuelita de chapas(màs adelante conocerìa otras villas y otras escuelas de chapas y ladrillos carcomidos). Otros caminos me llevaron con el paso de los años a recorrer una tarde de diciembre las calles de Lomas de Zamora. Mi panza de ocho meses me arrastraba por Laprida( una peatonal que a esa hora de la tarde era semejante a una hoguera). Seño, seño, seño....No tuve tiempo de dar vuelta mi cabeza en dirección de la voz que me llamaba “seño”. No tuve tiempo .
Dos brazos me rodearon los hombros.
Soy yo “seño”, soy yo. Yo ,Juan¿Se acuerda de mi? ¿Cómo no acordarme de Juan, de sus ositos, de sus ojos y de su piel color de barro? Me puso un osito de peluche color rosa entre mis manos.
Tome “seño”, para la nena. Acuérdese, va a tener una nena Todavía lo recuerdo con los mocos y los cachetes violetas por el frío del invierno. Todavía lo recuerdo, abrazándome con sus brazos , con ternura, con ese sentimiento de la cosa compartida. Todavía lo recuerdo en el osito de peluche rosa que me sigue mirando (después de casi 30 años )a través de sus ojitos de vidrio color celeste. Todavía Juan, todavía......
(Siempre en Domingo)
m m m m Leer este relato me transporta a la época en que mi madre, trabajaba como maestra (ya es jubilada) en las montañas de Guatemala..... no se porque pero me parece que estoy reviviendo esas pocas veces que la acompañe a la escuela (cuando no tenia clases en el cole...) y vi de cerca esa realidad....
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