viernes, 11 de febrero de 2011

Memorias de una profesora "subversiva":Trabajar bajo amenaza de muerte




Ellos mis alumnos no lo sabían.
(Pero todo esto me pasaba mientras caminaba para llegar a la escuela y dar la clase de Derechos Humanos y Ciudadanía).

Tenía que llegar a la escuela como todos los miércoles.
Un miércoles más, una clase más y un día más.
Pero no, ni un miércoles más, ni una clase más ni un día más
Caminando por las calles de adoquines lustrosos la sinrazón, la locura,la impotencia caminaban conmigo.
Respirando el perfume de esa naturaleza silvestre que se desperezaba en los árboles de Burzaco, en las enredaderas, en los malvones , yo aspiraba el aire que se había vuelto pesado a mi respiración y a mi lógica de la ilógica complicidad entre el mal y el rencor y la maldad.
Yo no tenía miedo.
La amenaza no produce miedo, produce asco, repulsión, sentimientos encontrados de desvalorización frente a la pequeñez del ser humano que es capaz de esconderse en el anonimato y tomar un arma y lastimar a otro ser humano.
Porque si, porque priva la discriminación sobre la podredumbre de su podrida conciencia porque reina la intolerancia en su intolerante pequeñez de hombre.
No se siente miedo, se siente que el universo común del común de los días se ha vuelto distinto, se ha llevado la confianza en el hombre como compañero de camino en el planeta tierra y que el replanteo de la vida se hace necesario para afrontar la situación y seguir caminando.
Porque de eso se trata de seguir caminando, de no dejarse vencer, de no dejar espacio al temor o a la sensación de soledad que el enfermo que acosa desde la sombra pretende.
Ese es el efecto de la amenaza, ese es el residuo que deja en el alma el recuerdo de la sangre en el cuerpo lastimado tras la locura.
Y miraba en mi corto derrotero esos mismos árboles que poblaban mis caminares con sus verdes como señalando el paso hacia el lugar al que debía llegar pese a todo lo que sucedía en mi vida y en nuestra vida.

Y pensaba, pensaba en mis hijas al ver el distraído ir y venir de los alumnos hacia la escuela.
Pensaba, pensaba en la amenaza y pensaba en el cobarde acto de amenazar desde las sombras y desde el lugar oculto de la conciencia de los que no tienen conciencia.
Porque son enfermos, porque son cobardes, porque son inmorales porque son mierda.

Pero seguía
Tenìa que seguir.
En la escuela me esperaban mis alumnos.
Y la clase del día y los Derechos Humanos.
Tenía que seguir .
Por mis hijos que me necesitaban tenía que seguir.
Por los que me amaban tenía que seguir.
Por los que confiaban en mi tenía que seguir.
Había seguido y había llegado.
Ahí estaba la escuela.
Ahí estaban mis compañeras..
Ahí estaba mi trabajo, mi siembra, mis alumnos.
Y se respira cuando se llega.
Los pulmones se llenan de aire y los árboles y sus follajes vuelven a retomar ese color verde .
Y las flores rescatan sus perfumes perdidos.
Y los trinares de los pàjaros vuelven a ser trinares.
Y se siente, se siente que se ha llegado a la ermita.
Se siente que la paz ha vuelto al cuerpo y la sangre a las venas.
Y es el instinto el que grita que es preciso ser fuerte para ser pan en la mesa cuando se es madre y se es jefa en hogar con ausencia de hombre.
Quedaban atrapadas en las ramas de los tilos las vivencias dormidas
Los borceguíes y la larga noche .
Y el recambio de guardia.
Y esos días, los primeros tras el desastre.
Policías armados .
Policías en la noche y en la puerta de la casa.
Policías entrando y saliendo del hogar.
Y el patrullero y el auto de la custodia señalando a los distintos.
Y los chalecos antibalas y los bolsos con armas.
Y el sentirse vigilada.
Y la sensación de cárcel.
Y la sensación de Pozo.
Y la sensación de rejas.


Finalmente había llegado.
Y estaba ahí con ellos en el aula.
Y podía disfrutarlos como los he disfrutado cada día de mi trabajo docente.
Estaba con ellos , los alumnos, los que ayudaron siempre a poblar con flores el jardín de mi alma.
Con azahares en marzo.
Con caléndulas en junio.
Con rosas en invierno.
Con fresias y jazmines en primavera.
Estaba con ellos.
Y no sabían lo que ocurría en mi alma.

El sonido del timbre se había colado por entre las rejas de los ventanales abiertos a la suave brisa de noviembre
Y el fin de la jornada se anunciaba.
Había terminado el día de trabajo y de compartir las vivencias que se dan entre los que comparten el aula
Y había llegado el momento de despedirnos y de dejarnos.
Porque siempre es así al terminar una clase
Porque tenemos que dejarnos para poder encontrarnos
Porque mientras ellos trabajan yo adivino la siembra.
Y sucede entonces que me voy despidiendo de todos y de cada uno de ellos
En silencio.

Un miércoles más, un día más?
No, ni un miércoles más ni un día más.
No , el último de ese ciclo escolar.


Hasta la Victoria Siempre

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